viernes, 8 de octubre de 2010

La huella profunda de las palabras: Aprendiendo a usarlas responsablemente

Por unos días haga una pausa al final de su rutina y revise cómo estuvo su comunicación, pregúntese si utilizó sus palabras y su tono de la forma más adecuada posible y en qué estado interno se encontraba cuando se expresó de esa manera. Revise si con su forma de expresarse en cada momento está usted
contribuyendo a limpiar, inspirar y nutrir al mundo o más bien lo está agrediendo, agitando y contaminando?
Recuerde que desde la inquietud, el dolor, la inconciencia y la agitación, la calidad de lo que comunicamos es muy distinto a lo que expresamos cuando hay atención plena, autoobservación y paz interior.
Si su estado interno necesita algo distinto de lo que siente , ocúpese de cultivar un estado interno que lo alimente.
Sabiendo que las palabras no se las lleva el viento, sinó que más bien dejan huellas profundas en quien las recibe y en todo lo que nos rodea:
Elija qué huellas dejar en su vida, para que le apoyen en su camino de crecimiento.
Una sabia y conocida anécdota árabe dice que en una ocasión, un Sultán soñó que había perdido todos los dientes.
Después de despertar, mandó llamar a un Adivino para que interpretase su sueño.
- Qué desgracia Mi Señor! - exclamó el Adivino - Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
- Qué insolencia! - gritó el Sultán enfurecido
- Cómo te atreves a decirme semejante cosa? Fuera de aquí!!!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajesen a otro Adivino y le contó lo que había soñado.
Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:
Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes.

Iluminose el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó le dieran cien monedas de oro.
Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
-No es posible!, la interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Adivino. No entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
Recuerda bien amigo mío - respondió el segundo Adivino - que todo depende de la forma en el decir...