El antropólogo Lionel Tiger y el neurocientífico Michael McGuire han publicado recientemente un libro titulado God’s Brain, en el que se da una novedosa explicación al hecho de que la religión sea un fenómeno presente y persistente en todas las sociedades humanas. Según ellos, el cerebro habría sido el creador de la religiosidad y, también, el principal beneficiario de este fenómeno. Los investigadores sugieren que el estrés propio de la vida cotidiana, capaz de modificar la química del cerebro, encuentra alivio en las creencias y los rituales religiosos, lo que ayuda al cerebro a apaciguarse. Por Yaiza Martínez.
Lionel Tiger, antropólogo de la Rutgers University de Estados Unidos, y Michael McGuire, psiquiatra y neurocientífico de la Universidad de California en Los Ángeles, han publicado recientemente un libro titulado God’s Brain, en el que se da una novedosa explicación al hecho de que la religión sea un fenómeno presente y persistente en todas las sociedades humanas.
Tiger y McGuire, que han basado su explicación en la biología evolutiva y en las ciencias del cerebro, responden en su obra a las preguntas clásicas: ¿cuál es el propósito de la religión?, ¿cómo surge?, ¿de dónde procede? o ¿por qué cada cultura presenta sus propias formas religiosas?
La respuesta que aportan es sencilla, pero al mismo tiempo muy compleja: el cerebro es el creador de la religión y de los diversos conceptos de Dios y, además, nutre su propia creación para satisfacer necesidades neurológicas innatas y necesidades sociales relacionadas con ellas.
Religión necesaria para el cerebro
Según publica Eurekalert, la perspectiva de Tiger y McGuire se centra, por tanto, en cómo el cerebro humano ha desarrollado y ha buscado la religión.
La neurología ha revelado que los humanos y otros primates similares suelen estar sometidos a altos niveles de estrés procedentes de fuentes ineludibles. Dichas fuentes son descritas por los científicos en su libro como “tormento cerebral” (“brainpain”).
Para lidiar con estas tensiones, se necesita encontrar un “apaciguamiento cerebral” (“brainsoothe”). Tiger y McGuire afirman que las religiones y sus estructuras sociales propician dicho apaciguamiento, aliviando así la ansiedad que nos es innata y que se deriva de las circunstancias más corrientes de la vida.
En el cerebro, y según observaciones detalladas realizadas en los últimos tiempos, la química se ve afectada y modificada como consecuencia del estrés. A este respecto, la religión tiene efectos paliativos en la química del cerebro que no pueden proporcionar remedios no-religiosos.
Alivio y normas
A nivel social, según los autores, la religión ayuda a que se desarrollen ciertos aspectos positivos de la socialización, regula las conductas sexuales, ayuda a soportar la realidad de la muerte, gracias a la idea de la vida después de ésta; y también puede influir con sus normas de comportamiento en las leyes.
Esencialmente, McGuire y Tiger ven, por tanto, la religión como mecanismo de adaptación del cerebro para afrontar la ansiedad el miedo y el estrés propios del entorno en el que la vida humana se desarrolla, publica Blogcritics.
La socialización, los rituales y las creencias religiosas ayudarían al cerebro a apaciguarse, a soportar las tensiones corrientes. Un ejemplo que aportan los autores es el de la culpa: a través de ciertos rituales religiosos, como la confesión de los católicos o la oración, los individuos pueden pedir perdón por sus pecados y liberar así cierta cantidad de estrés.
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Tiger y McGuire no son los primeros científicos que han analizado el papel del cerebro en la religión. Algunos especialistas han señalado que la religión es una herramienta evolutiva que ha servido a los seres humanos para afrontar el conocimiento de la muerte como algo inevitable, una capacidad que otras especies no poseen.
Otra idea existente sobre el papel del cerebro en la religiosidad humana es que ésta sería el resultado de conexiones neuronales que se formaron inicialmente con fines distintos, no religiosos, para dar lugar a ciertas capacidades cognitivas únicas de nuestra especie.
Lo que han hecho Tiger y McGuire, como antropólogo y neurocientífico respectivamente, ha sido combinar sus especialidades para concluir que el cerebro es tanto la fuente como el principal beneficiario de la religión.
Según ellos, con el presente libro no se pretende negar la verdad o afirmar la falsedad de las religiones, sino que, simplemente, y dado que la religiosidad humana parece tan necesaria para nuestra especie como el oxígeno, se intenta comprender su naturaleza.
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