martes, 13 de abril de 2010

La casa de las bellas durmientes

Uno de los más bellos relatos que conozco se titula “La casa de las bellas durmientes” y fue escrito por el japonés Yasunari Kawabata.
En él se nos habla de una casa secreta, suerte de monasterio sexual o claustro de la fantasía, donde ancianos clientes van a pasar la noche con jóvenes narcotizadas. Estos hombres en decadencia no acuden a la casa en busca de sexo, sino para caldearse con la cercanía de esos bellos cuerpos desvanecidos… El sueño profundo y artificial en el que están sumidas sus compañeros de lecho, garantiza la discreción y pone a salvo a los clientes del ridículo que sentirían, tal vez, al sentirse observados por ellas en sus infructuosos escarceos. Ellos juegan un rato con esos apacibles contornos femeninos y luego se duermen, apoyados por somníferos que forman parte, también, de los servicios de la casa…

Un viejo proverbio dice que una persona te ama no cuando quiere acostarse contigo, sino cuando quiere dormir contigo.

Como dice Eguchi, el protagonista de “La casa de las bellas durmientes“, en determinados momentos todo el amor se puede trasmitir con calor y contacto físico. No es necesario nada mas…



El experimento más famoso acerca de la necesidad que tenemos de calor y contacto físico lo realizó Harry Harlow en la Universidad de Wisconsin, en los años cincuenta.
Él sabia que mucha gente opina que el apego que sienten los bebes por su madre se suele explicar por el hecho de que esta satisface su necesidad de alimento. Pero Harlow opinaba que la razón principal era otra. Así que ideo un ingenioso experimento confeccionando dos madres sustitutivas para bebes monos. Una de ellas, “la madre de trapo”, resultaba suave al tacto e irradiaba calor. La otra madre era similar en todo (por ejemplo, ambas tenían mamas), pero estaba hecha de malla de alambre y no producía el gusto por el contacto.
En sus investigaciones, Harlow descubrió que la inmensa mayoría de los monos preferían a la mama de trapo. Como promedio, pasaban dieciocho horas al día abrazándose a ella.

Pero la verdadera sorpresa consistía en que los resultados fueron casi iguales para el grupo que solo podía conseguir leche de la madre de alambre: también ellos pasaban la mayor parte del día pegados a la madre de trapo.

Los bebes monos no aman por estar hambrientos sino que, mas bien, están hambrientos de amor.



Se cuenta en la Biblia la historia del anciano rey desfalleciente a quien, para devolverlo a la vida, hacían dormir con una muchacha núbil… Y se cuenta así: “Era ya viejo el rey David, entrado en años, y por mas que le cubrían de ropas no podía entrar en calor. Dijéronle entonces sus servidores: “que busquen para mi señor , el rey, una joven virgen que le cuide y le sirva; durmiendo en su seno, el rey, mi señor, entrara en calor”. Buscaron por toda la tierra de Isrel una joven hermosa, y hallaron a Abisaq, sunamita, y la trajeron el rey. Era esta joven muy hermosa, y cuidaba al rey y le servía, pero el rey no la conoció“.
Lo dicho: que a partir de determinada edad volvemos a ser como niños y buscamos, sobre todo, el calor y el contacto físico.
O quizás nunca dejamos de ser niños y buscar eso. Pero disimulamos.


Los cuadros son de Pierre Bonnard, un pintor francés amigo de lo cotidiano. Pintaba a menudo mujeres en actitudes (dormir, asearse, peinarse,…) a las que solo él y unos pocos más sabían encontrar el erotismo. Dicen que todo esto lo aprendió del arte japonés.

Fuentes.
http://www.elhabitatdelunicornio.net
http://es.wikipedia.org/wiki/Pierre_Bonnard

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